miércoles, 27 de marzo de 2013

Artículo Recomendado: El cerebro y nuestro comportamiento altruista

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LA COOPERACIÓN NO ES EXCLUSIVA DE LOS SERES HUMANOS, AUNQUE SÍ ES MÁS COMPLEJA EN ÉSTOS
El cerebro y nuestro comportamiento altruista
La generosidad y el altruismo han sido un rompecabezas evolutivo. Los seres humanos somos primates altruistas, pero ¿es éste un rasgo exclusivo de nuestra especie?
Por: Iria Meléndez @IriaMelendez

La cooperación se extiende más allá de los límites del grupo familiar cercano. Somosaltruistas, sí, pero no de un modo indiscriminado. Tendemos a favorecer a los miembros del grupo frente al “otro”; en su versión más extrema esta tendencia se traduce en nepotismo. Por otro lado tendemos a favorecer relaciones de reciprocidad a largo plazo. También mostramos cooperación condicionada, esto es, la forma de cooperación que se interrumpe si el otro no nos corresponde de una manera similar. Este mecanismo puede acabar ocasionando el colapso de la ayuda mutua en el seno del grupo, y para evitarlo existen las sanciones contra quienes no cooperan.
Los primates se diferencian de los seres humanos en que en los demás primates nunca se ha observado lo que se conoce como “castigo por un tercero” (third-party punish­ment), comportamiento considerado esencial para poder hacer cumplir normas sociales con carácter estable. También está muy sesgado hacia los familiares y los compañeros con los que se mantienen relaciones de reciprocidad.

¿Altruismo interesado?

El comportamiento altruista puede ser de dos tipos. Por un lado, puede obedecer a laempatía y la preocupación sincera por el bienestar de los demás, y por otro reflejar en realidad intentos egoístas de proteger la reputación propia (a este respecto Zizeknos recuerda el concepto de “hipocresía de la filantropía” -enlaces en inglés-) o de evitar algún castigo. Este último tipo de altruismo se puede ver ejemplificado en el comportamiento de grandes millonarios; su filantropía, además de ser una manera efectiva para evitar pagar impuestos y aumentar su prestigio ético social, puede favorecer también una forma de perpetuar su propio sistema generando miseria.
Estas cuestiones se han estudiado mediante experimentos como el de teoría de juegos, que parecen contradecir este punto de vista. En el juego del dictador, por ejemplo, los participantes comparten una parte significativa del dinero con otros –anónimos– participantes, en situaciones en las que no hay posibilidad de obtener ninguna ventaja ni de recibir ningún castigo. Así pues, aunque es cierto que consideraciones egoístas pueden incentivar el comportamiento generoso, también lo es que aquél se puede dar sin que medien éstas.
Las personas con facilidad para comprender a los demás son más altruistasCuando se actúa de modo “prosocial”, se activan áreas del cerebro que aumentan de forma lineal su actividadcon el valor subjetivo de determinadas recompensas, tanto en humanos como en otros animales. Las decisiones “equitativas” y los actos altruistas activan regiones concretas del encéfalo asociadas a la obtención de recompensas personales. Mediante técnicas de neuroimagen funcional se ha encontrado que las personas con facilidad para comprender a los demás son más altruistas; esta capacidad para comprender las perspectivas de otros ha sido previamente asociada con la actividad en una región del cerebro, conocida como unión temporoparietal. Los sujetos que tomaron las decisiones más generosas mostraban esta área más grande en el hemisferio derecho del cerebro en comparación con los sujetos que tomaban las decisiones más egoístas.
En cambio, cuando se toman decisiones no equitativas se activa la ínsula, región asociada a la percepción subjetiva de estímulos adversos. También se activa cuando se rechazan propuestas u ofertas injustas por otros. Así pues, parece que la injusticia no es desagradable sólo para quien la sufre, sino también para quien la practica.
En resumen, aunque la “prosocialidad” puede explicarse en numerosas ocasiones como una respuesta a presiones externas (amenazas de castigo o de pérdida de reputación), no debe ser considerada de ese modo en todos los casos. Hay muchos ejemplos de comportamiento genuinamente altruista, lo que sugiere que tal comportamiento es un componente intrínseco de nuestra naturaleza, un componente cuyo objetivo es el de maximizar los beneficios sociales, y no los de carácter personal. 
La cooperación ha sido una de las fuerzas motrices de la evolución humanaSe suele pensar que la evolución implica una lucha sin cuartel por la supervivencia. En realidad, la cooperación ha sido una de sus fuerzas motrices. Pensemos en los razonamientos utilizados por los liberales-conservadores; éstos se sustentan en un profundo pesimismo de la condición humana: el humano es un animal egoísta y envidioso y no hay manera de cambiarlo, así que si se intenta construir algo diferente basado en la bondad y el altruismo, el resultado será nefasto. Así pues, esta concepción liberal se presenta como “la mejor de las opciones posibles”.

Cambio social y altruismo

Sin embargo, el comportamiento colaborativo emerge en toda clase de organismos, desde las bacterias a los humanos. La pregunta es: ¿las prácticas sociales alternativas pueden producir cambios en el cerebro que potencien la conducta altruista?, o, como diría Zizek: “¿Qué pasa si se insistiera en asumir el riesgo de imponer lo imposible sobre la realidad? Incluso si de esta manera no obtenemos lo que queríamos y/o esperábamos, cambiamos las coordenadas de lo que parece ‘posible’ y damos lugar a algo genuinamente nuevo”.
A la vista de estos resultados, no hay que pensar que el comportamiento altruista viene determinado únicamente por factores biológicos. Diversos estudios han relacionado los procesos sociales con el volumen de materia gris en una zona de unión entre el lóbulo parietal y temporal. Por ejemplo, se vincula con la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y comprender sus sentimientos y pensamientos, es lo que se conoce como Teoría de la Mente, vinculada íntimamente con el altruismo. Se ha comprobado que gracias a programas de entrenamiento se producen cambios estructurales en el cerebro en personas con esquizofrenia o autismo. En estas terapias se hace hincapié en mejorar la cognición social, esto es, los procesos que subyacen en las interacciones sociales, en las que se incluye la habilidad de percibir las intenciones y estados mentales de los otros, el procesamiento emocional y la percepción social.
Así pues, se podría pensar que potenciando conductas que favorecen la cognición social se desarrollarían las estructuras implicadas, ya que nuestro cerebro es extraordinariamente plástico y cambia a lo largo de toda la vida a través de nuestras experiencias.
 



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